Felipe González arremete contra Zapatero
08:01 20 de enero, 2010
“Yo tardé nueve años en padecer el síndrome de la Moncloa, a Aznar le llegó a los seis, y a éste le afectó ya a los dos años”. La frase, lejos de ser anecdótica, resulta de la máxima relevancia viniendo de quien viene, el ex presidente socialista del Gobierno Felipe González.
08:01 20 de enero, 2010
“Yo tardé nueve años en padecer el síndrome de la Moncloa, a Aznar le llegó a los seis, y a éste le afectó ya a los dos años”. La frase, lejos de ser anecdótica, resulta de la máxima relevancia viniendo de quien viene, el ex presidente socialista del Gobierno Felipe González.
“Yo tardé nueve años en padecer el síndrome de la Moncloa, a Aznar le llegó a los seis, y a éste le afectó ya a los dos años”. La frase, lejos de ser anecdótica, resulta de la máxima relevancia viniendo de quien viene, el ex presidente socialista del Gobierno Felipe González. La pronunció hace unos días en Sevilla durante un encuentro con una veintena de empresarios. Su voz se une al clamor –eso sí, siempre en privado–, de la vieja guardia socialista. No soportan a Zapatero y mucho menos a buena parte de sus colaboradores.
Más de lo mismo entre sus ex colaboradores, ex ministros incluidos. La Nueva Vía socialista que se hizo con la dirección de la Ejecutiva del PSOE en su XXXV Congreso en 2000 batiéndose ante José Bono, Rosa Díez y Matilde Fernández ha desaparecido. No existe como grupo. El PSOE es Zapatero y ZP son sus siglas, pese a que hoy coticen a la baja de forma alarmante. Las encuestas reflejan una importante caída en la intención de voto del PSOE, el PP le saca entre tres y cinco puntos, y el 70% de los consultados confían poco o nada en el presidente. En su Gabinete tan sólo aparecen dos nombres de quienes le auparon a la presidencia del Gobierno: el imprescindible José Blanco, y Trinidad Jiménez, rescatada en el último momento.
Zapatero ha encomendado la dirección del Grupo Socialista en el Congreso de los Diputados a un hombre de su confianza y amigo de infancia, José Antonio Alonso, sin predicamento alguno en el partido hasta la llegada de Zapatero a la Moncloa. Con todo, se encuentra muy valorado en la bancada socialista. Alonso, al igual que buena parte de los diputados del PSOE, “no sintoniza” con la mano derecha de Zapatero, la vicepresidenta primera y ministra de la Presidencia María Teresa Fernández de la Vega, quien también despierta recelos en diferentes ámbitos del partido y del Gobierno por su afán acaparador al amparo de su tarea de coordinación. Sirva de ejemplo el fiasco de la gestión del secuestro del atunero vasco Alakrana en aguas del Índico, donde el cruce de versiones sobre los acontecimientos, en este caso con la ministra de Defensa Carmen Chacón, llegó al ridículo y las críticas socialistas hacia la vicepresidenta, también en privado, fueron constantes.
El peso del partido lo sigue llevando su fiel escudero, José Blanco, hoy ministro de Fomento además de vicesecretario general del PSOE. Juega el papel, hoy con más empaque, que Jesús Caldera desempeñó durante la travesía en el desierto de la oposición. Azote de los populares durante la pasada legislatura, ahora sirve en el Gobierno entablando, para sorpresa de muchos, relaciones cordiales con las comunidades autónomas gobernadas por el Partido Popular. Ha cedido el testigo de la tarea de látigo semanal de la posición, los lunes desde la sala de prensa de la sede de la madrileña calle Ferraz, a otra figura emergente entre el zapaterismo, la secretaria de Organización del partido, Leire Pajín (al alza como otros jóvenes con gran proyección en el partido como Antonio Hernando, Eduardo Madina, Óscar López, Juan Moscoso o Pedro Sánchez). Y Caldera, de salida.
De ministro de Trabajo y Asuntos Sociales a diputado raso sin capacidad de maniobra pese a su nombramiento como presidente de la rimbombante Fundación Ideas, pretendido y malogrado alter ego socialista de la Fundación Faes, el think tank popular dirigido por el ex presidente José María Aznar. Ni el guerrismo ni el felipismo cedieron la gestión de sus fundaciones y la tarea de Jesús Caldera se ha reducido a una presunta coordinación de las mismas.
Ni rastro de Juan Fernando López Aguilar, aparcado en el dorado retiro europeo tras su intento de alcanzar el Gobierno canario. Perfil bajo para el resto de sus compañeros de Nueva Vía, los diputados Juan Andrés Torres Mora (ex jefe de gabinete durante la oposición), Álvaro Cuesta o Antonio Cuevas. Caso aparte el de Jordi Sevilla, abiertamente enfrentado ante la deriva de Zapatero (por ejemplo, hace unos días apuntaba sobre el presidente desde estas páginas que “no ha tenido liderazgo” o que “le falta valentía ante la crisis”.
Con la vieja guardia no hay compasión. Ni rastro de felipismo o guerrismo. Lo que queda, simbólico, no levanta la voz ni ante el Estatuto de Cataluña. O lo hace en privado o a toro pasado, como el presidente de la Comisión Constitucional en el Congreso, Alfonso Guerra, quien votó como el primero la aprobación del nuevo Estatuto y hoy se molesta por la defensa del mismo que realizan sus compañeros catalanes (que están “en la estratosfera”). En privado, las críticas hacia la gestión de Zapatero son duras y constantes. En Madrid no entienden muchas de sus decisiones, como la proclamación oficiosa de sus candidatos. Apelan a los años del felipismo, cuando Alfonso Guerra dirigía el partido. Se hablaban y discutían, “pero ahora es todo él”, destacan. Pocos son los privilegiados con acceso directo al presidente. Entre ellos Blanco, Alonso, De la Vega y Rubalcaba.
En los pasillos, los más veteranos reconocen sentir “pánico” ante el PSOE que pueda dejar Zapatero. Algunos lo dan por amortizado, alimentando el debate pasajero sobre su reelección o retirada de la primera fila. Ahora bien, a la hora de la verdad, en el PSOE cuando vienen mal dadas, a diferencia del PP, cierran filas. Ahí está el acto de la alfombra roja del pasado noviembre en el madrileño Palacio de Congresos. Ministros y ex ministros unidos en la puesta de gala del pistoletazo de salida para la ofensiva de la “economía sostenible”. Y poco después, la cita de los sabios en Moncloa, pese a las reconocidas y abiertas discrepancias de Pedro Solbes y González con Zapatero (sobre el mercado laboral, política energética, gasto público, etc.).
Más de lo mismo entre sus ex colaboradores, ex ministros incluidos. La Nueva Vía socialista que se hizo con la dirección de la Ejecutiva del PSOE en su XXXV Congreso en 2000 batiéndose ante José Bono, Rosa Díez y Matilde Fernández ha desaparecido. No existe como grupo. El PSOE es Zapatero y ZP son sus siglas, pese a que hoy coticen a la baja de forma alarmante. Las encuestas reflejan una importante caída en la intención de voto del PSOE, el PP le saca entre tres y cinco puntos, y el 70% de los consultados confían poco o nada en el presidente. En su Gabinete tan sólo aparecen dos nombres de quienes le auparon a la presidencia del Gobierno: el imprescindible José Blanco, y Trinidad Jiménez, rescatada en el último momento.
Zapatero ha encomendado la dirección del Grupo Socialista en el Congreso de los Diputados a un hombre de su confianza y amigo de infancia, José Antonio Alonso, sin predicamento alguno en el partido hasta la llegada de Zapatero a la Moncloa. Con todo, se encuentra muy valorado en la bancada socialista. Alonso, al igual que buena parte de los diputados del PSOE, “no sintoniza” con la mano derecha de Zapatero, la vicepresidenta primera y ministra de la Presidencia María Teresa Fernández de la Vega, quien también despierta recelos en diferentes ámbitos del partido y del Gobierno por su afán acaparador al amparo de su tarea de coordinación. Sirva de ejemplo el fiasco de la gestión del secuestro del atunero vasco Alakrana en aguas del Índico, donde el cruce de versiones sobre los acontecimientos, en este caso con la ministra de Defensa Carmen Chacón, llegó al ridículo y las críticas socialistas hacia la vicepresidenta, también en privado, fueron constantes.
El peso del partido lo sigue llevando su fiel escudero, José Blanco, hoy ministro de Fomento además de vicesecretario general del PSOE. Juega el papel, hoy con más empaque, que Jesús Caldera desempeñó durante la travesía en el desierto de la oposición. Azote de los populares durante la pasada legislatura, ahora sirve en el Gobierno entablando, para sorpresa de muchos, relaciones cordiales con las comunidades autónomas gobernadas por el Partido Popular. Ha cedido el testigo de la tarea de látigo semanal de la posición, los lunes desde la sala de prensa de la sede de la madrileña calle Ferraz, a otra figura emergente entre el zapaterismo, la secretaria de Organización del partido, Leire Pajín (al alza como otros jóvenes con gran proyección en el partido como Antonio Hernando, Eduardo Madina, Óscar López, Juan Moscoso o Pedro Sánchez). Y Caldera, de salida.
De ministro de Trabajo y Asuntos Sociales a diputado raso sin capacidad de maniobra pese a su nombramiento como presidente de la rimbombante Fundación Ideas, pretendido y malogrado alter ego socialista de la Fundación Faes, el think tank popular dirigido por el ex presidente José María Aznar. Ni el guerrismo ni el felipismo cedieron la gestión de sus fundaciones y la tarea de Jesús Caldera se ha reducido a una presunta coordinación de las mismas.
Ni rastro de Juan Fernando López Aguilar, aparcado en el dorado retiro europeo tras su intento de alcanzar el Gobierno canario. Perfil bajo para el resto de sus compañeros de Nueva Vía, los diputados Juan Andrés Torres Mora (ex jefe de gabinete durante la oposición), Álvaro Cuesta o Antonio Cuevas. Caso aparte el de Jordi Sevilla, abiertamente enfrentado ante la deriva de Zapatero (por ejemplo, hace unos días apuntaba sobre el presidente desde estas páginas que “no ha tenido liderazgo” o que “le falta valentía ante la crisis”.
Con la vieja guardia no hay compasión. Ni rastro de felipismo o guerrismo. Lo que queda, simbólico, no levanta la voz ni ante el Estatuto de Cataluña. O lo hace en privado o a toro pasado, como el presidente de la Comisión Constitucional en el Congreso, Alfonso Guerra, quien votó como el primero la aprobación del nuevo Estatuto y hoy se molesta por la defensa del mismo que realizan sus compañeros catalanes (que están “en la estratosfera”). En privado, las críticas hacia la gestión de Zapatero son duras y constantes. En Madrid no entienden muchas de sus decisiones, como la proclamación oficiosa de sus candidatos. Apelan a los años del felipismo, cuando Alfonso Guerra dirigía el partido. Se hablaban y discutían, “pero ahora es todo él”, destacan. Pocos son los privilegiados con acceso directo al presidente. Entre ellos Blanco, Alonso, De la Vega y Rubalcaba.
En los pasillos, los más veteranos reconocen sentir “pánico” ante el PSOE que pueda dejar Zapatero. Algunos lo dan por amortizado, alimentando el debate pasajero sobre su reelección o retirada de la primera fila. Ahora bien, a la hora de la verdad, en el PSOE cuando vienen mal dadas, a diferencia del PP, cierran filas. Ahí está el acto de la alfombra roja del pasado noviembre en el madrileño Palacio de Congresos. Ministros y ex ministros unidos en la puesta de gala del pistoletazo de salida para la ofensiva de la “economía sostenible”. Y poco después, la cita de los sabios en Moncloa, pese a las reconocidas y abiertas discrepancias de Pedro Solbes y González con Zapatero (sobre el mercado laboral, política energética, gasto público, etc.).
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